jueves, 31 de enero de 2013


Lc 1, 1-4; 4, 14-21

Nuestro mundo triste y encadenado, con tantos candados, necesita la liberación de Jesús. Jesús no actúa como un superhéroe sino a través de la acción del Espíritu Santo. Una acción suave y decidida, que no hace daño y concede la libertad a los pobres y oprimidos.

Claro, en la sinagoga todos tenían fijos los ojos en Jesús. Porque en Él veían no solo unas palabras, una proclamación sino la cercanía del Reino que emergía con su persona, con sus acciones, en definitiva, con su Amor.

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