viernes, 7 de febrero de 2014

Megapost Reflejos de Luz

Señor, hazme instrumento de tu paz, donde haya odio ponga amor,
donde haya ofensa perdón, donde haya error ponga yo verdad.
El mundo necesita hombres, que no se guíen por dinero, bienestar y poder.
CUENTA CONMIGO, SEÑOR. 
El mundo necesita hombres 
que pongan al hombre como centro de las personas, 
de los grupos, de la sociedad. 
CUENTA CONMIGO, SEÑOR.
El mundo necesita que el amor sea el motor de sus acciones, 
el motor de su historia. CUENTA CONMIGO, SEÑOR.
El mundo necesita hombres que hagan fraternidad donde estén, 
que se dejen de palabrería y ayuden a solucionar 
los problemas concretos de los hermanos. CUENTA CONMIGO, SEÑOR.
El mundo necesita hombres que lo den todo por el evangelio:
alma, vida y corazón, y se pongan sin reservas al servicio de los demás.
CUENTA CONMIGO, SEÑOR.
El mundo necesita hombres que anuncien con su palabra y con su vida
que el único salvador, que la única libertad está en Jesús de Nazaret.
CUENTA CONMIGO, SEÑOR.

Aquí encontrarás los documentos esenciales de la Campaña 2014 de Manos Unidas, así como los recursos de publicidad de inserción gratuita para medios de comunicación (prensa escrita, radio y televisión):

Archivos adjuntos: 
Tú dices: “Yo soy la resurrección y la vida”,
y todo cambia ante nuestros ojos.
En tus manos se transforma el mundo, Señor.
Nuestra tierra, escenario del odio,
se convierte en la semilla de tu Reino.
En sus surcos Tú trabajas.

Nuestra alegría, que tan pronto pasa,
se hace semilla de alegría eterna.
De su luz Tú sacarás el sol.

La muerte ya no pone término
porque en el término
Tú siembras el comienzo.
La vida y la muerte en duro combate.
Vence la vida porque Tú estás en ella.
Y nosotros vencemos contigo.

En Ti resucitó la tierra.
En ti resucitó el cielo.
En Ti se hunde todo
y se yergue, sola, la vida.

Os dejamos ESTE ENLACE a un canal de youtube que nos ha enviado la Hna. Lydia de la Trinidad (Franciscana de la Purísima) con canciones compuestas por ella.
Os recomendamos verlo y oírlo, pues son muy buenas.
 
"Sígueme". La invitación dirigida a Felipe prueba que el llamado de Cristo pide ante todo el apego a su persona. Jesús no le dice a Felipe qué actividad va a desempeñar. Sencillamente le pide que lo acompañe en el camino y se abandone a El con confianza para todo su porvenir.

El término que traducimos por "seguir" quiere decir más exactamente "acompañar". Jesús no quiere que lo sigan como un siervo sigue a su amo. Quiere que lo acompañen, que vivan a su lado como amigos. Seguir, es dejarse conducir por un llamado de amor y comenzar una amistad.

La expresión "sígueme" es, en su brevedad, la fórmula más característica del llamado a una vida enteramente entregada al Señor. Subraya la unión de persona a persona que se establece en una vocación. El que acepta el llamado no sabe por adelantado lo que tendrá que hacer ni las situaciones a las que tendrá que enfrentarse. Pero está seguro de Cristo; su compromiso de fidelidad personal.

Compromiso y fidelidad se fundamentan en el que ha sido llamado sobre el compromiso y la fidelidad absoluta del Señor. Al decir "sígueme" Jesús se obliga a trazar el camino y a sostener con su fuerza divina al que se confió a El. Le promete una fidelidad sin desmayo. El que sigue a Cristo jamás puede perderse, ni encontrarse sin apoyo. Con tal que no se detenga en su seguimiento, infaliblemente se salva y salva a muchas almas.

Fuego de amor en tu interior, dando calor al corazón que late dentro de ti y contagia la llama de la vida a quienes se acercan a ti.
Fuego de luz que ilumina lo que eres y te da fuerza para avanzar llevando como antorcha el mensaje de Jesús hecho vida en ti.
Fuego pasional que hace de tu vida pasión por la vida y por darla a los otros.
Fuego que envuelve cuando eres coherente con lo que crees y con lo que haces.
Fuego que se reaviva desde el encuentro contigo mismo y con Dios.
Fuego que nace de dentro para quemarte, para que estés despierto y seas capaz de contagiar a los demás.
Llama de vida que da luz y calor cuando eres capaz de darte por completo sin miramientos ni recortes.
Corazón para el mundo, fuego para el mundo y antorcha que ilumina el camino para que sigas siendo testigo de Jesucristo.





Abrazar el mundo no es símplemente abrir los brazos y aferrarnos a él... es amarlo, cuidarlo, mimarlo y respetarlo.
El mundo es el lugar que nos alberga y nos permite vivir.
El mundo es el lugar donde nuestra vida se desarrolla permitiéndonos formar parte del universo que Dios ha creado.
Amar el mundo es amarnos a nosotros mismos y a los que nos rodean porque... ¿qué mejor forma de cuidarlo que atendiendo cada día lo que hay a nuestro alrededor?
El ser ecológicos es fundamental para que el planeta no muera y el ser bondadosos con el prójimo es fundamental para que nuestra presencia en este planeta tenga una justificación  y razón de ser.
Abrazamos el mundo cada vez que perdonamos, cada vez que miramos con ojos compasivos el sufrimiento de los otros y cada vez que luchamos por la paz.
Abrazamos el mundo cuando somos nosotros mismos sin temor ni cobardía manifestando aquello en lo que creemos.
Abrazamos el mundo cuando rezamos por el dolor que padece causado por la envidia y el rencor de los otros.
Abrazamos el mundo cada vez que ponemos en manos de Dios aquello que somos.

Dichosas, dichosos... los que tenéis los ojos limpios y ponéis sin temor el corazón a la intemperie; los que os entregáis con las fuentes, camináis con los ríos y miráis en la noche más allá de las estrellas; los que juntáis las manos para recoger la lluvia, los que no teméis del viento que ahogue vuestra voz. Porque en el reflejo de toda criatura encontraréis el reflejo del buen Dios.

Mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma 2014: “Se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza” (cfr. 2 Cor 8, 9)

Queridos hermanos y hermanas:

Con ocasión de la Cuaresma os propongo algunas reflexiones, a fin de que os sirvan para el camino personal y comunitario de conversión. Comienzo recordando las palabras de san Pablo: «Pues conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza» (2 Cor 8, 9). El Apóstol se dirige a los cristianos de Corinto para alentarlos a ser generosos y ayudar a los fieles de Jerusalén que pasan necesidad. ¿Qué nos dicen, a los cristianos de hoy, estas palabras de san Pablo? ¿Qué nos dice hoy, a nosotros, la invitación a la pobreza, a una vida pobre en sentido evangélico?

La gracia de Cristo

Ante todo, nos dicen cuál es el estilo de Dios. Dios no se revela mediante el poder y la riqueza del mundo, sino mediante la debilidad y la pobreza: «Siendo rico, se hizo pobre por vosotros…». Cristo, el Hijo eterno de Dios, igual al Padre en poder y gloria, se hizo pobre; descendió en medio de nosotros, se acercó a cada uno de nosotros; se desnudó, se “vació”, para ser en todo semejante a nosotros (cfr. Flp 2, 7; Heb 4, 15). ¡Qué gran misterio la encarnación de Dios! La razón de todo esto es el amor divino, un amor que es gracia, generosidad, deseo de proximidad, y que no duda en darse y sacrificarse por las criaturas a las que ama. La caridad, el amor es compartir en todo la suerte del amado. El amor nos hace semejantes, crea igualdad, derriba los muros y las distancias. Y Dios hizo esto con nosotros. Jesús, en efecto, «trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró  con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de nosotros, en todo semejante a nosotros excepto en el pecado» (Gaudium et spes, 22).

La finalidad de Jesús al hacerse pobre no es la pobreza en sí misma, sino —dice San Pablo— «…para enriqueceros con su pobreza». No se trata de un juego de palabras ni de una expresión para causar sensación. Al contrario, es una síntesis de la lógica de Dios, la lógica del amor, la lógica de la Encarnación y la Cruz. Dios no hizo caer sobre nosotros la salvación desde lo alto, como la limosna de quien da parte de lo que para él es superfluo con aparente piedad filantrópica. ¡El amor de Cristo no es esto! Cuando Jesús entra en las aguas del Jordán y se hace bautizar por Juan el Bautista, no lo hace porque necesita penitencia, conversión; lo hace para estar en medio de la gente, necesitada de perdón, entre nosotros, pecadores, y cargar con el peso de nuestros pecados. Este es el camino que ha elegido para consolarnos, salvarnos, liberarnos de nuestra miseria. Nos sorprende que el Apóstol diga que fuimos liberados no por medio de la riqueza de Cristo, sino por medio de su pobreza. Y, sin embargo, san Pablo conoce bien la «riqueza insondable de Cristo» (Ef 3, 8), «heredero de todo» (Heb 1, 2).

¿Qué es, pues, esta pobreza con la que Jesús nos libera y nos enriquece? Es precisamente su modo de amarnos, de estar cerca de nosotros, como el buen samaritano que se acerca a ese hombre que todos habían abandonado medio muerto al borde del camino (cfr. Lc 10, 25ss). Lo que nos da verdadera libertad, verdadera salvación y verdadera felicidad es su amor lleno de compasión, de ternura, que quiere compartir con nosotros. La pobreza de Cristo que nos enriquece consiste en el hecho que se hizo carne, cargó con nuestras debilidades y nuestros pecados, comunicándonos la misericordia infinita de Dios. La pobreza de Cristo es la mayor riqueza: la riqueza de Jesús es su confianza ilimitada en Dios Padre, es encomendarse a Él en todo momento, buscando siempre y solamente su voluntad y su gloria. Es rico como lo es un niño que se siente amado por sus padres y los ama, sin dudar ni un instante de su amor y su ternura. La riqueza de Jesús radica en el hecho de ser el Hijo, su relación única con el Padre es la prerrogativa soberana de este Mesías pobre. Cuando Jesús nos invita a tomar su “yugo llevadero”, nos invita a enriquecernos con esta “rica pobreza” y “pobre riqueza” suyas, a compartir con Él su espíritu filial y fraterno, a convertirnos en hijos en el Hijo, hermanos en el Hermano Primogénito (cfr Rom 8, 29).

Se ha dicho que la única verdadera tristeza es no ser santos (L. Bloy); podríamos decir también que hay una única verdadera miseria: no vivir como hijos de Dios y hermanos de Cristo.

Nuestro testimonio

Podríamos pensar que este “camino” de la pobreza fue el de Jesús, mientras que nosotros, que venimos después de Él, podemos salvar el mundo con los medios humanos adecuados. No es así. En toda época y en todo lugar, Dios sigue salvando a los hombres y salvando el mundo mediante la pobreza de Cristo, el cual se hace pobre en los Sacramentos, en la Palabra y en su Iglesia, que es un pueblo de pobres. La riqueza de Dios no puede pasar a través de nuestra riqueza, sino siempre y solamente a través de nuestra pobreza, personal y comunitaria, animada por el Espíritu de Cristo.

A imitación de nuestro Maestro, los cristianos estamos llamados a mirar las miserias de los hermanos, a tocarlas, a hacernos cargo de ellas y a realizar obras concretas a fin de aliviarlas. La miseria no coincide con la pobreza; la miseria es la pobreza sin confianza, sin solidaridad, sin esperanza. Podemos distinguir tres tipos de miseria: la miseria material, la miseria moral y la miseria espiritual. La miseria material es la que habitualmente llamamos pobreza y toca a cuantos viven en una condición que no es digna de la persona humana: privados de sus derechos fundamentales y de los bienes de primera necesidad como la comida, el agua, las condiciones higiénicas, el trabajo, la posibilidad de desarrollo y de crecimiento cultural. Frente a esta miseria la Iglesia ofrece su servicio, su diakonia, para responder a las necesidades y curar estas heridas que desfiguran el rostro de la humanidad. En los pobres y en los últimos vemos el rostro de Cristo; amando y ayudando a los pobres amamos y servimos a Cristo. Nuestros esfuerzos se orientan asimismo a encontrar el modo de que cesen en el mundo las violaciones de la dignidad humana, las discriminaciones y los abusos, que, en tantos casos, son el origen de la miseria. Cuando el poder, el lujo y el dinero se convierten en ídolos, se anteponen a la exigencia de una distribución justa de las riquezas. Por tanto, es necesario que las conciencias se conviertan a la justicia, a la igualdad, a la sobriedad y al compartir.

No es menos preocupante la miseria moral, que consiste en convertirse en esclavos del vicio y del pecado. ¡Cuántas familias viven angustiadas porque alguno de sus miembros —a menudo joven— tiene dependencia del alcohol, las drogas, el juego o la pornografía! ¡Cuántas personas han perdido el sentido de la vida, están privadas de perspectivas para el futuro y han perdido la esperanza! Y cuántas personas se ven obligadas a vivir esta miseria por condiciones sociales injustas, por falta de un trabajo, lo cual les priva de la dignidad que da llevar el pan a casa, por falta de igualdad respecto de los derechos a la educación y la salud. En estos casos la miseria moral bien podría llamarse casi suicidio incipiente. Esta forma de miseria, que también es causa de ruina económica, siempre va unida a la miseria espiritual, que nos golpea cuando nos alejamos de Dios y rechazamos su amor. Si consideramos que no necesitamos a Dios, que en Cristo nos tiende la mano, porque pensamos que nos bastamos a nosotros mismos, nos encaminamos por un camino de fracaso. Dios es el único que verdaderamente salva y libera.

El Evangelio es el verdadero antídoto contra la miseria espiritual: en cada ambiente el cristiano está llamado a llevar el anuncio liberador de que existe el perdón del mal cometido, que Dios es más grande que nuestro pecado y nos ama gratuitamente, siempre, y que estamos hechos para la comunión y para la vida eterna. ¡El Señor nos invita a anunciar con gozo este mensaje de misericordia y de esperanza! Es hermoso experimentar la alegría de extender esta buena nueva, de compartir el tesoro que se nos ha confiado, para consolar los corazones afligidos y dar esperanza a tantos hermanos y hermanas sumidos en el vacío. Se trata de seguir e imitar a Jesús, que fue en busca de los pobres y los pecadores como el pastor con la oveja perdida, y lo hizo lleno de amor. Unidos a Él, podemos abrir con valentía nuevos caminos de evangelización y promoción humana.

Queridos hermanos y hermanas, que este tiempo de Cuaresma encuentre a toda la Iglesia dispuesta y solícita a la hora de testimoniar a cuantos viven en la miseria material, moral y espiritual el mensaje evangélico, que se resume en el anuncio del amor del Padre misericordioso, listo para abrazar en Cristo a cada persona. Podremos hacerlo en la medida en que nos conformemos a Cristo, que se hizo pobre y nos enriqueció con su pobreza. La Cuaresma es un tiempo adecuado para despojarse; y nos hará bien preguntarnos de qué podemos privarnos a fin de ayudar y enriquecer a otros con nuestra pobreza. No olvidemos que la verdadera pobreza duele: no sería válido un despojo sin esta dimensión penitencial. Desconfío de la limosna que no cuesta y no duele.

Que el Espíritu Santo, gracias al cual «[somos] como pobres, pero que enriquecen a muchos; como necesitados, pero poseyéndolo todo» (2 Cor 6, 10), sostenga nuestros propósitos y fortalezca en nosotros la atención y la responsabilidad ante la miseria humana, para que seamos misericordiosos y agentes de misericordia. Con este deseo, aseguro mi oración por todos los creyentes. Que cada comunidad eclesial recorra provechosamente el camino cuaresmal. Os pido que recéis por mí. Que el Señor os bendiga y la Virgen os guarde.

"Marca la diFErencia" es el lema que proponemos trabajar desde Reflejos de Luz en el tiempo de Cuaresma.
Os mostramos las dinámicas que podremos trabajar cada día de cuaresma.
Presentamos este material para trabajar este tiempo litúrgico con niños y jóvenes de forma que les ayude a acercarse a Jesús y a descubrir el gran Amor que nos tiene.

Se trata de una serie de imágenes y recursos que se podrán trabajar en el aula orientadas por los profesores o catequistas.


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