martes, 1 de abril de 2014

Megapost Reflejos de Luz. Pastoral Católica en Red

Me basta saber, Dios mío, que Tú eres Padre,
Sé que me amas y eso me regocija, sé que lo puedes todo y eso me llena de confianza. 
A Ti que todo lo sabes te confío mi vida
Cuando me creo sola piensas en mí,
Cuando me desanimo tu amor me rodea, yo te olvido pero tu nunca te olvidas de mí, cada minuto de mi vida es un minuto de amor por tu parte.

Cuando el  pasado me desasosiega, tu perdón es bálsamo de mis recuerdos.
Si el porvenir me inquieta, vivo el don del momento presente  el minuto que encierra todo el porvenir porque es el instante que me regalas para amarte y fiarme de Ti. AMEN 

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El Año litúrgico se fija a partir del ciclo lunar, es decir, no se ciñe estrictamente al año calendario
El Año litúrgico no se ciñe estrictamente al año calendario, sino que varía de acuerdo con el ciclo lunar. 
Cuenta la historia, que la noche en la que el pueblo judío salió de Egipto, había luna llena y eso les permitió prescindir de las lámparas para que no les descubrieran los soldados del faraón. 
Los judíos celebran este acontecimiento cada año en la pascua judía o "Pesaj", que siempre concuerda con una noche de luna llena, en recuerdo de los israelitas que huyeron de Egipto pasando por el Mar Rojo.
Podemos estar seguros, por lo tanto, de que el primer Jueves Santo de la historia, cuando Jesús celebraba la Pascua judía con su discípulos, era una noche de luna llena. 
Por eso, la Iglesia fija el Jueves Santo en la luna llena que se presenta entre el mes de marzo y abril y tomando esta fecha como centro del Año litúrgico, las demás fechas se mueven en relación a esta y hay algunas fiestas que varían de fecha una o dos semanas.

Las fiestas que cambian año con año, son: 
· Miércoles de Ceniza 
· Semana Santa 
· La Ascensión del Señor 
· Pentecostés
· Fiesta de Cristo Rey

También hay fiestas litúrgicas que nunca cambian de fecha, como por ejemplo:
· Navidad
· Epifanía
· Candelaria
· Fiesta de San Pedro y San Pablo
· La Asunción de la Virgen
· Fiesta de todos los santos

Posted: 27 Mar 2014 07:40 AM PDT
Interesantes materiales para vivir la Cuaresma por parte de los Salesianos de Valencia.
Muy buenos recursos.
HUELLAS DE CUARESMA
Posted: 27 Mar 2014 07:37 AM PDT

Posted: 27 Mar 2014 06:52 PM PDT
Señor, Dios todopoderoso,
tú eres el Padre de todos.
Tú has creado a los hombres
para que vivan en tu casa
y alaben tu gloria.
Abre mi corazón para escuchar tu voz
y, pues me he apartado de ti por el pecado,
haz que vuelva a ti de todo corazón
y te reconozca como Padre,
lleno de misericordia para todos los que te invocan.
Corrígeme para que me aparte del mal
y perdona mis pecados.
Dame la alegría de tu salvación
para que, retornando junto a ti,
me alegre en el banquete de tu casa
ahora y siempre y por los siglos de los siglos

Dejaos quemar por la presencia viva de Jesús, el Señor.
Sed antorchas encendidas y encended los corazones.
Que todas reflejen la luz de Cristo.
Que todas sean luz de esperanza en este siglo XXI que el Señor nos regala...
Sed corazones ardientes que llevan y transportan siempre el amor de Dios a los hombres.

Tened el corazón de apóstol.¡Un corazón de fuego!
Tened el corazón de María que llevó en Ella la intensa llama del amor vivo al pie de la Cruz!
Tened el corazón de Carmen Sallés que decía que ¡ojalá nuestros corazones ardieran de amor de Dios!...

Dejaos quemar por la presencia viva de Cristo.
Acercaos a su persona, a su vida, a su Evangelio, a la Eucaristía, al hermano...
Reconocedle, adorarle, servidle...
Señor Jesús,
cuando Pedro negó tres veces
tú lo miraste con amor misericordioso
para que llorase su pecado
y se convirtiese a ti de todo corazón,
mírame y mueve mi corazón
para que vuelva a ti
y te siga fielmente durante toda mi vida.
Cuando nos sentimos heridos por el daño que afecta a nuestros sentimientos, nuestras emociones, nuestro ser interior, cuando ese mal lo causa una persona, o varias, o, sin haberse puesto de acuerdo llega a ser un cúmulo de agresiones que vienen de diversas partes, el corazón se resiente y queda herido.

Otras veces hay que poner el corazón en cuidados intensivos, esperando que sea la maquinaria de Dios la que serene, cure y reavive el rostro interior con el que lo miramos y miramos al mundo. Ese mundo contemplado por Jesús desde la cruz, con la actitud contemplativa de fe en su Padre, abandonado de todos, sin nada, despojado de derechos y de cualquier defensa, es el mundo en el que estamos inmersos y el que tanto nos duele en ocasiones.

Nuestro hermano Carlos andaba por la vida liberado de su pasado herido, y hacía de su presencia sencilla de Nazaret la presencia silenciosa de Jesús en un país colonizado por una potencia extranjera y en constante peligro de conflictos. Amigo de todos, no juzgó a nadie más que a sí mismo.

Pedir perdón es una cuestión de humildad; el reconocimiento del propio error necesita de un corazón abierto y limpio. Jesús pide al Padre que perdone a quienes lo humillan, maltratan, juzgan, condenan y asesinan. Pide perdón para quienes lo envidian y calumnian, para los que lo niegan, para quienes desconfían de su autoridad -reconocida por el pueblo por su cualidad de Maestro, de sabio, de hombre de Dios-. No pide venganza ni ajuste de cuentas, ni pasa factura. Sigue siendo amigo de sus amigos. A Jesús le toca enseñar a sus discípulos a perdonar, dentro de una sociedad que establece las relaciones humanas con una religiosidad basada en formas conductuales con respecto a una ley, y que asume con toda naturalidad devolver el bien con el bien así como el mal con el mal. Ojo por ojo y diente por diente.

Un día de desierto en el mes pasado, y otro en el actual, me han posibilitado orar después desde el corazón que necesita ser sanado. Cuando el corazón tiene una parte ocupada por sentimientos negativos hay menos espacios para el amor gratuito. Al igual que el cerebro es limitado, el mundo de los sentimientos también. Por encima del corazón está la cabeza, decía mi madre. Es de locos, y he aquí el gran reto para nuestro ser civilizado, educado en líneas de unas normas cívicas y cristianas, que sea el corazón el que decida. A Jesús le ocurrió así.

En uno de los días de desierto comprendí que no se puede vivir en coherencia con el Evangelio sin haber perdonado. La oración que fluye en los momentos de encuentro con Dios y el silencio en la adoración se iban impregnando del convencimiento de que es la gracia, la gratuidad nada caprichosa de Dios, la que cambia, transforma y da vida nueva a uno mismo y a quienes han hecho daño, a ti o a los quieres como algo tuyo. Comprendí que sólo perdonando las personas cambian y Dios va realizando su voluntad. Comprendí que, cuando uno no puede cambiar las actitudes de los demás, Dios sí puede. Pedir perdón en cada padrenuestro no es otra cosa que reconocerlo así.

Necesitamos del perdón para ser liberados no ya de una sensación de culpa cuanto por la necesidad de perdonamos a nosotros mismos, y de ser perdonados por los demás.

En el otro día de desierto las voces se hacían casi gritos. “Calla y escucha; pon alerta el corazón: busca la paz”. No des el “tiro en la nuca” a nadie -hay muchas formas de disparar-, presenta la otra mejilla, si tienes algo contra tu hermano antes de presentar tu ofrenda... Y en la eucaristía celebrada con mis hermanos de fraternidad después de la jornada de desierto aparece Jesús diciéndole a Pedro que hay que perdonar setenta veces siete. Justo lo que menos, quizá, deseaba oír. Pero me puse a escuchar y entendí que a través del Evangelio, la buena noticia pasaba también por darle a Dios todo el espacio, por vencer las resistencias, justificaciones de uno mismo, romper con los mecanismos de defensa; dejar, por tanto, que fluyera la gracia y sólo como Dios quiera, no como a nosotros nos gustaría programar.

El perdón es sacramento sólo si hay reconciliación. En la reconciliación del Dios de Israel con su pueblo, en la reconciliación a la que invita Jesús cuando trata con la gente, la que desea desde la cruz y se nos manifiesta cuando nos damos el abrazo de la paz, somos perdonados y aprendemos a perdonar, a cicatrizar las heridas del corazón y a contemplar nuestra pobreza, que precisa de la gracia para ser pobreza evangélica en todos sus sentidos.

Orar liberado, como orar encarcelado, no es una tarea más, sino la expresión personal de confianza, -con infinita confianza- de que Dios está ahí y que él hace salir el sol sobre justos y pecadores. Dejemos que él llegue donde nosotros no logramos entrar. Perdonar sin que se nos pida el perdón. Regalar aunque no sea el cumpleaños, por pura gratuidad.

Aurelio Sanz Baeza

Pocas veces somos ofendidos; muchas veces nos sentimos ofendidos.
Perdonar es abandonar o eliminar un sentimiento adverso contra el hermano.
¿Quién sufre: el que odia o el que es odiado? El que es odiado vive feliz, generalmente, en su mundo. El que cultiva el rencor se parece a aquel que agarra una brasa ardiente o al que atiza una llama. Pareciera que la llama quemara al enemigo; pero no, se quema uno mismo. El resentimiento solo destruye al resentido.
El amor propio es ciego y suicida: prefiere la satisfacción de la venganza al alivio del perdón. Pero es locura odiar: es como almacenar veneno en las entrañas. El rencoroso vive en una eterna agonía.
No hay en el mundo fruta más sabrosa que la sensación de descanso y alivio que se siente al perdonar, así como no hay fatiga mas desagradable que la que produce el rencor. Vale la pena perdonar, así como no hay fatiga más desagradable que la que produce el rencor. Vale la pena perdonar, aunque sea solo por interés, porque no hay terapia mas liberadora que el perdón.
NO es necesario pedir perdón o perdonar con palabras. Muchas veces basta un saludo, una mirada benevolente, una aproximación, una conversación. Son los mejores signos de perdón.
A veces sucede esto: la gente perdona y siente el perdón; pero después de un tiempo, renace la aversión. NO asustarse. Una herida profunda necesita muchas curaciones. Vuelve a perdonar una y otra vez hasta que la herida quede curada por completo.

Ignacio Larrañaga
JUAN 9, 1-41
Al pasar vio Jesús un hombre ciego de nacimiento. Le preguntaron sus discípulos: Maestro, ¿quién había pecado, él o sus padres, para que naciera ciego? Contestó Jesús: Ni había pecado él ni tampoco sus padres, pero así se manifestarán en él las obras de Dios. Mientras es de día, nosotros tenemos que trabajar realizando las obras del que me envió. Se acerca la noche, cuando nadie puede trabajar. Mientras esté en el mundo, soy luz del mundo. Dicho esto, escupió en tierra, hizo barro con la saliva, le untó su barro en los ojos y le dijo: Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa «Enviado»). Fue, se lavó y volvió con vista. Los vecinos y los que antes solían verlo, porque era mendigo, preguntaban: ¿No es éste el que estaba sentado y mendigaba? Unos decían: El mismo. Otros, en cambio: No, pero se le parece. Él afirmaba: Soy yo. Le preguntaron entonces: ¿Cómo se te han abierto los ojos? Contestó él: Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, me lo untó en los ojos y me dijo: «Ve a Siloé y lávate». Fui, entonces, y al lavarme empecé a ver. Le preguntaron: ¿Dónde está él? Respondió: No sé. Llevaron a los fariseos al que había sido ciego. El día en que Jesús hizo el barro y le abrió los ojos era día de precepto. Los fariseos, a su vez, le preguntaron también cómo había llegado a ver. Él les respondió: Me puso barro en los ojos, me lavé y veo. Algunos de los fariseos comentaban: Ese hombre no viene de parte de Dios, porque no guarda el precepto. Otros, en cambio, decían: ¿Cómo puede un hombre, siendo pecador, realizar semejantes señales? Y estaban divididos. Le preguntaron otra vez al ciego: A ti te ha abierto los ojos, ¿qué piensas tú de él? Él respondió: Es un profeta. Los dirigentes judíos no creyeron que aquél había sido ciego y había llegado a ver hasta que no llamaron a los padres del que había conseguido la vista y les preguntaron: ¿Es éste vuestro hijo, el que vosotros decís que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve? Respondieron sus padres. Sabemos que éste es nuestro hijo y que nació ciego. Ahora bien, cómo es que ve ahora, no lo sabemos, y quién le ha abierto los ojos, nosotros tampoco lo sabemos. Preguntádselo a él, ya es mayor de edad; él dará razón de sí mismo. Sus padres respondieron así por miedo a los dirigentes judíos, porque los dirigentes tenían ya convenido que fuera excluido de la sinagoga quien lo reconociese por Mesías. Por eso dijeron sus padres: «Ya es mayor de edad, preguntadle a él».  Llamaron entonces por segunda vez al hombre que había sido ciego y le dijeron: Reconócelo tú ante Dios. A nosotros nos consta que ese hombre es un pecador. Replicó entonces él: Si es pecador o no, no lo sé; una cosa sé, que yo era ciego y ahora veo. Insistieron: ¿Qué te hizo? ¿Cómo te abrió los ojos? Les replicó: Ya os lo he dicho y no me habéis hecho caso. ¿Para qué queréis oírlo otra vez? ¿Es que queréis haceros discípulos suyos también vosotros? Ellos lo llenaron de improperios y le dijeron: Discípulo de ése lo serás tú, nosotros somos discípulos de Moisés. A nosotros nos consta que a Moisés le habló Dios; ése, en cambio, no sabemos de dónde procede. Les replicó el hombre: Pues eso es lo raro, que vosotros no sepáis de dónde procede cuando me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, sino que al que lo respeta y realiza su designio a ése lo escucha. Jamás se ha oído decir que nadie haya abierto los ojos a uno que nació ciego; si éste no viniera de parte de Dios, no podría hacer nada. Le replicaron: Empecatado naciste tú de arriba abajo, ¡y vas tú a darnos lecciones a nosotros! Y lo echaron fuera. Se enteró Jesús de que lo habían echado fuera, fue a buscarlo y le dijo: ¿Das tu adhesión al Hijo del hombre? Contestó él: Y ¿quién es, Señor, para dársela? Le contestó Jesús: Ya lo has visto; el que habla contigo, ése es. Él declaró: Te doy mi adhesión, Señor. Y se postró ante él. Añadió Jesús: Yo he venido a abrir un proceso contra el orden este; así, los que no ven, verán, y los que ven, quedarán ciegos. Se enteraron de esto aquellos fariseos que habían estado con él, y le preguntaron: ¿Es que también nosotros somos ciegos? Les contestó Jesús: Si fuerais ciegos, no tendríais pecado; pero como decís que veis, vuestro pecado persiste.

PARA EXCLUIDOS 
Es ciego de nacimiento. Ni él ni sus padres tienen culpa alguna, pero su destino quedará marcado para siempre. La gente lo mira como un pecador castigado por Dios. Los discípulos de Jesús le preguntan si el pecado es del ciego o de sus padres.
Jesús lo mira de manera diferente. Desde que lo ha visto, solo piensa en rescatarlo de aquella vida desgraciada de mendigo, despreciado por todos como pecador. Él se siente llamado por Dios a defender, acoger y curar precisamente a los que viven excluidos y humillados.
Después de una curación trabajosa en la que también él ha tenido que colaborar con Jesús, el ciego descubre por vez primera la luz. El encuentro con Jesús ha cambiado su vida. Por fin podrá disfrutar de una vida digna, sin temor a avergonzarse ante nadie.
Se equivoca. Los dirigentes religiosos se sienten obligados a controlar la pureza de la religión. Ellos saben quién no es pecador y quién está en pecado. Ellos decidirán si puede ser aceptado en la comunidad religiosa.
El mendigo curado confiesa abiertamente que ha sido Jesús quien se le ha acercado y lo ha curado, pero los fariseos lo rechazan irritados: "Nosotros sabemos que ese hombre es un pecador". El hombre insiste en defender a Jesús: es un profeta, viene de Dios. Los fariseos no lo pueden aguantar: "Empecatado naciste de pies a cabeza y, ¿tú nos vas a dar lecciones a nosotros?".
El evangelista dice que, "cuando Jesús oyó que lo habían expulsado, fue a encontrarse con él". El diálogo es breve. Cuando Jesús le pregunta si cree en el Mesías, el expulsado dice: "Y, ¿quién es, Señor, para que crea en él?". Jesús le responde conmovido: No está lejos de ti. "Lo estás viendo; el que te está hablando, ese es". El mendigo le dice: "Creo, Señor".
Así es Jesús. Él viene siempre al encuentro de aquellos que no son acogidos oficialmente por la religión. No abandona a quienes lo buscan y lo aman aunque sean excluidos de las comunidades e instituciones religiosas. Los que no tienen sitio en nuestras iglesias tienen un lugar privilegiado en su corazón.
¿Quién llevará hoy este mensaje de Jesús hasta esos colectivos que, en cualquier momento, escuchan condenas públicas injustas de dirigentes religiosos ciegos; que se acercan a las celebraciones cristianas con temor a ser reconocidos; que no pueden comulgar con paz en nuestras eucaristías; que se ven obligados a vivir su fe en Jesús en el silencio de su corazón, casi de manera secreta y clandestina? Amigos y amigas desconocidos, no lo olvidéis: cuando los cristianos os rechazamos, Jesús os está acogiendo.

José Antonio Pagola

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