miércoles, 23 de marzo de 2016

Decisiones de Semana Santa. José María Rodríguez Olaizola


Conozco bastantes católicos que cuando llega la Semana Santa hacen planes interesantes, lúdicos, entretenidos, hasta culturales… para descansar, para desconectar, para actividades muy sanas y saludables. Y entre esas alternativas no tienen demasiado en cuenta la posibilidad o conveniencia de celebrar la dimensión religiosa de la Semana Santa. Alegando que no tienen por costumbre asistir a los oficios; o que, cuando van, es lo mismo todos los años…
A veces ese mismo argumento también justifica el ir dejando, poco a poco, la práctica cotidiana. Uno alega que para qué va a ir, si no le aporta “demasiado”, que en realidad uno es y actúa igual si va o no va…
Pero lo cierto es que a menudo, sutilmente, la desconexión va siendo también más cómoda. Porque a la vez que pones distancia dejas de escuchar palabras que a veces son interrogante, aliciente o reto. Porque dejas de sentirte interpelado en la contemplación de la vida de Jesús en lo que tiene de llamada y provocación para este mundo.
Entendedme. No estoy diciendo que practicar te haga automáticamente más evangélico, más comprometido, o mejor persona. Ni mucho menos. Probablemente hay muchos católicos practicantes de conductas bochornosas en este mundo. Pero que tampoco eso sea una justificación, sino en todo caso un grito a favor de la autenticidad.
La práctica auténtica es la que te lleva a interiorizar lo que celebras. La que te invita a verte en el espejo del evangelio, y esa práctica impide acomodarse. La Pasión, en Semana Santa, es probablemente el relato más transgresor que podemos imaginar cuando uno piensa en la lógica de este mundo. Por eso creo que hay que darle espacio en la propia vida. Para que interpele, remueva y descoloque todo lo que sea necesario.
Porque si nosotros, que podemos elegir en la vida, elegimos siempre lo más cómodo, ¿qué será de quienes no tienen elección?


José María Rodríguez Olaizola

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